Nosotros, los miembros en plena comunión de la Iglesia Nacional Presbiteriana Príncipe de Paz,
Que nuestro único fin tanto en la vida como en la muerte es el de glorificar a Dios y disfrutar de Él para siempre; y que Dios nos enseña cómo glorificarle en su santa Palabra, es decir, la Biblia, la cual Él dio por inspiración infalible de su Espíritu Santo a fin de que nosotros ciertamente podamos conocer lo que debemos creer concerniente a Él y los deberes que Él requiere de nosotros.
Que Dios es un Espíritu, infinito, eterno e incomparable en todo lo que Él es; un solo Dios, pero en tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, nuestro Creador, nuestro Redentor y nuestro Santificador; en cuyo poder y sabiduría, justicia, bondad y verdad podemos poner con seguridad nuestra confianza.
Que los cielos y la tierra, y todo lo que en ellos hay, son la obra de las manos de Dios; y que todo lo que Él ha hecho lo dirige y gobierna en todas sus acciones; de tal manera que ellas cumplan el fin para el cual fueron creadas, y nosotros que confiamos en Él no seremos avergonzados, sino podremos con seguridad descansar en la protección de su amor todopoderoso.
Que Dios creó al hombre a su imagen, en conocimiento, justicia y santidad, y entró en un pacto de vida con él sobre la única condición de la obediencia como deber del hombre; de tal manera que por pecar deliberadamente en contra de Dios, ese hombre cayó en pecado y miseria en la cual hemos nacido.
Que estando caídos en Adán, nuestro primer padre, somos por naturaleza hijos de ira bajo la condenación de Dios y estamos corrompidos en cuerpo y alma, inclinados al mal y merecedores de la muerte eterna; de cual espantoso estado no podemos ser liberados salvo a través de la gracia inmerecida de Dios nuestro Salvador.
Que Dios no ha dejado al mundo perecer en su pecado, sino por un gran amor con el que lo amó, desde toda la eternidad de pura gracia ha escogido para sí mismo una multitud que ningún hombre puede contar, para liberarlos de su pecado y miseria, y de ellos edificar nuevamente en el mundo su reino de justicia; en cuyo reino podemos estar asegurados de tener parte si nos afianzamos en Cristo el Señor.
Que Dios ha redimido a su pueblo para sí mismo a través de Jesucristo nuestro Señor; quien, aunque era y por siempre continúa siendo el Hijo eterno de Dios, sin embargo nació de mujer, bajo la ley, para que pudiera redimir a los que están bajo la ley; creemos que Él cargó la pena debida a nuestros pecados en su propio cuerpo sobre el madero, y cumplió́ en su propia persona la obediencia que le debemos a la justicia de Dios, y ahora nos presenta ante su Padre como su posesión adquirida, para la alabanza de la gloria de su gracia para siempre; por lo cual renunciando a todo merito nuestro, ponemos toda nuestra confianza solamente en la sangre y justicia de Cristo Jesús nuestro Redentor.
Que Jesucristo nuestro Redentor, quien murió por nuestras ofensas, fue resucitado para nuestra justificación, y ascendió́ a los cielos, donde está sentado a la diestra del Padre Todopoderoso, continuamente intercediendo por su pueblo, y gobernando todo el mundo como la cabeza sobre todas las cosas para su Iglesia; de tal manera que no necesitamos temer de ningún mal y podemos con seguridad saber que nada nos puede arrebatar de sus manos y nada nos puede separar de su amor.
Que la redención obtenida por el Señor Jesucristo se aplica eficazmente a todo su pueblo por el Espíritu Santo, quien obra la fe en nosotros y de ese modo nos une a Cristo, nos renueva a la entera imagen de Dios, y nos capacita más y más para morir al pecado y vivir a la justicia; hasta que, esta obra de gracia habiendo sido completada en nosotros, seremos recibidos en gloria; en cuya gran esperanza permaneciendo, tenemos siempre que luchar para la santidad perfecta en el temor de Dios.
Que Dios requiere de nosotros, bajo el evangelio, primero que todo, que, por un verdadero sentir de nuestro pecado y miseria y una aprehensión de su misericordia en Cristo, debemos alejarnos con dolor y odio del pecado y recibir y descansar en Jesucristo solamente para salvación; de tal manera, que estando así unidos a Él, podamos recibir perdón por todos nuestros pecados y ser aceptados como justos ante los ojos de Dios solamente por la justicia de Cristo imputada a nosotros y recibida por fe solamente; y únicamente de esta manera, y nada más, creemos en verdad poder ser recibidos dentro del número y tener derecho a todos los privilegios de los hijos de Dios.
Que habiendo sido perdonados y aceptados en nombre de Cristo, se requiere de nosotros también que caminemos en el Espíritu que Él ha adquirido para nosotros, y por quien el amor es derramado ampliamente en nuestro corazón; cumpliendo la obediencia que debemos a Cristo nuestro Rey; fielmente llevando a cabo todos los deberes puestos sobre nosotros por la santa ley de Dios nuestro Padre celestial; y siempre reflejando en nuestra vida y conducta el ejemplo perfecto que ha sido establecido para nosotros por Jesucristo nuestro Líder, quien ha muerto por nosotros y nos ha concedido su Santo Espíritu para que podamos hacer las buenas obras que Dios ha preparado de antemano para que anduviésemos en ellas.
Que Dios ha establecido su Iglesia en el mundo y le ha dotado con el ministerio de la Palabra y las santas ordenanzas del Bautismo, la Cena y la Oración del Señor; a fin de que a través de estos como medios, las riquezas de su gracia en el evangelio puedan darse a conocer al mundo, y, por la bendición de Cristo y la obra de su Espíritu en aquellos que por la fe las reciben, los beneficios de la redención puedan ser comunicados a su pueblo; por lo cual también se requiere de nosotros que atendamos a estos medios de gracia con diligencia, preparación y oración, de tal manera que a través de ellos podamos ser instruidos y fortalecidos en la fe, y en la santidad de vida y en el amor; y que usemos de nuestros mejores esfuerzos para llevar este evangelio y comunicar estos medios de gracia a todo el mundo.
Que así como Jesucristo ha venido una vez en gracia, así también Él vendrá por segunda vez en gloria, para juzgar al mundo en justicia y asignarle a cada uno su recompensa eterna; y creemos que si morimos en Cristo, nuestra alma será en la muerte hecha perfecta en santidad e irá a casa con el Señor; y cuando Él regrese con su majestad, seremos levantados en gloria y hechos perfectamente benditos en el pleno goce de Dios por toda la eternidad; alentado por tal esperanza bendita se requiere de nosotros voluntariamente participar en sufrir privaciones aquí como buenos soldados de Cristo Jesús, siendo asegurados de que si morimos con Él también viviremos con Él, si perseveramos, también reinaremos con Él.
Y a Él,
nuestro Redentor,
junto con el Padre,
y el Espíritu Santo,
Tres Personas, un solo Dios,
sea la gloria para siempre,
Amén, y Amén.